Tras la
vidriera de una veterinaria había tres monos sentados. Podían jugar como les
diera la gana, y cuando se cansaban, se sentaban a mirar a la gente. Pero la
gente no se portaba muy bien.
Las
tres chismosas del pueblo charlaban a coro en la esquina, y los monos oyeron
las cosas que decían. Las tres mujeres, una llena de joyas, la otra llena de verrugas
y la otra con pelo postizo, hablaron y
hablaron durante horas sobre todas las cosas del pueblo y de los vecinos.
¡Eran
tan chismosas! Si lo que ellas decían hubiera sido verdad, no habría existido
una sola persona decente en el pueblo; salvo las tres señoras, por supuesto.
Las
mujeres estaban seguras de que sabían todo y no dejaban de hablar y contar
chismes sobre todo. El intendente ya se había quejado de ellas, y también el
cura, pero las señoras no hacían caso a nadie.
Entonces los monos hicieron algo muy extraño. Se sentaron uno junto al
otro, detrás del vidrio, en hilera. El primero de ellos se tapó la boca con las
manos; el segundo se puso las manos delante de los ojos; y el tercero se cubrió
las orejas. Y así se quedaron sentados, muy quietos. Resultaba muy raro ver a
aquellos tres monos silenciosos, y la gente se acercó a mirarlos. Pero nadie
podía entender lo que hacían. Hasta que pasó un escultor que comprendió
enseguida el significado.
“·¿No
lo ven, queridos amigos? Fíjense en aquellas tres chismosas allá, y luego
piensen un poco. Esos monos nos están dando una sabia lección. ¡No hablar mal,
no ver sólo el mal, no oír mal! Ahora mismo me pondré a hacer una estatua con
ellos así, y la haré conocer en todo el mundo”.
Moraleja: No hay que hablar de los demás, no hay ver
sólo lo malo, no hay que repetir lo que se escucha.
Ignacio Vignolo - 2º "A"
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