Cuatro
animales salvajes y de espíritu malvado vivían en el tronco de un pino, en el
bosque. El gato, con sus garras afiladas; la lechuza de mirada penetrante; el
ratón roedor con sus grandes dientes y la comadreja. Vivían allí, haciendo
desmanes en las plantaciones y chacras vecinas. Hasta que una noche, cansado de
estas maldades, colocó una red alrededor del árbol para terminar con los
depredadores.
Temprano en la madrugada, el gato fue el primero en despertar y con
ganas de de desayunar, fue en busca de su presa. ¡Qué rico conejo cazará! Tenía
tanta hambre que también podría haberse comido hasta un avestruz.
Estaba
todavía bastante oscuro y, metido en sus pensamientos, no advirtió la red y
cayó en ella. Gritó desesperado pidiendo auxilio. El primero en llegar fue el
ratón, que al verlo en desgracia, atrapado sin poder perseguirlo, saltó de
alegría y se burló, de nuestro gato, como nunca lo había hecho.
El
gato, indefenso, lo imploró que lo ayudara.
-
Por
favor, querido ratón – le dijo-, de todos los vecinos del tronco, tú eres el
que mejor me cae. Te suplico que me ayudes y desates estos nudos de la red para liberarme y salvar
mi vida.
-
¿Y
yo qué obtengo a cambio?- dijo el ratón entrecerrando los ojos.
-
-
Bueno, te prometo mi amistad y mi protección. No creas que soy desagradecido.
La lechuza y la comadreja tendrán que vérselas conmigo antes de tocar un solo
pelo de tu cola.
-
-¡Qué
más quisiera yo que fura cierto! Pero no puedo creerte, vecino, sería muy tonto
si lo hiciera.
Y así,
se fue a su refugio. Cuando estaba por entrar a su agujero, se topó con la
comadreja que, amenazante, le impidió el paso. El ratoncito trepó rápido al
tronco para escapar del peligro y se encontró con la lechuza, que abrió su pico
ganchudo y sus alas en señal de guerra. ¡El peligro lo acechaba por todas
partes!
¡Qué
remedio! Bajó hasta donde estaba atrapado el gato y con sus dientecitos
afilados cortó la cuerda. En ese momento, llegó el hombre para ver si había
dado resultado su trampa. Los dos animales escaparon rápido.
Tiempo después
de no acercarse al viejo pino por temor a ser atrapados, el gato y el ratón se
vieron.
-¡Eh,
amigo! – le gritó desde lejos-. Acércate a darme un abrazo. Pero el ratón,
desconfiado, miró para otro lado.
- Me
ofende tu desconfianza –le dijo el gato - .¿Crees que he olvidado que te debo
la vida?
-¿Y tú
crees que yo he olvidado tu naturaleza?- le respondió el ratón-. ¿Hay alguna
ley que obligue a los gatos a ser agradecidos y no tentarse con un bocado?
Moraleja: no es conveniente confiar en una alianza
impuesta por la necesidad.
Andrés Corvalán - 2º "A"
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