Cierta
mañana, un asno salió a buscar una herrería. Resulta que, de tanto andar por
ahí, el burrito tenía los cascos muy gastados y necesitaba herraduras nuevas.
Además pensaba realizar un viaje muy largo, y no quería lastimarse las patas
con las piedras de los caminos. Necesitaba herraduras nuevas, sí o sí.
Al
trotecito lento iba el asno por las calles de aquel pueblo buscando un
herrador, y no lo encontraba.
-
Señor-
le preguntó a un vecino-, ¿Hay alguna herrería por aquí?
-
Creo
que hay una por allá- respondió el señor, señalando al sur, el borrico le hizo
caso.
Sin
embargo, después de andar largo rato, no halló nada.
-¿Han
visto una herrería por aquí?- preguntó esta vez a un grupo de niños que jugaban
a la pelota.
- Es
para allá- respondieron los párvulos, señalando hacia el norte.
¡Pobre
asno! Él necesitaba con una urgencia unas herraduras nuevas, y nadie se ponía
de acuerdo para ayudarlo a encontrar un herrador.
Ya
estaba muy cansado de buscar y, como si no tuviera suficientes preocupaciones,
el asno pisó un clavo escondido entre un montón de hojas secas.
-¡Esto
sí es tener mala pata!- rebuznó, con el clavo incrustado justo en el casco que
tenía mal gastado.
-¡Cómo
duele! – se lamentaba, sosteniendo la pata lastimada en el aire. Le dolía tanto
que no podía apoyarla en el suelo, y mucho menos seguir caminando. Tanto
escándalo hizo el asno con sus lamentos que, muy pronto, un lobo feroz escuchó
el alboroto y se acercó a ver qué pasaba.
-¿Qué
agradable sorpresa!- dijo la fiera al encontrar una presa tan indefensa.
El asno
comprendió que se vida corría grave peligro así que, aunque le dolía muchísimo
la pata, trató de huir lo más rápido posible. Salió al trote, como pudo, pero
cojeaba tanto y andaba tan despacio que al lobo le dio un ataque de risa.
-¿Ja,
ja! ¡A ese ritmo, te atraparé en un abrir y cerrar de ojos! –se burló el lobo
carnicero, y salió tras los pasos del borrico herido.
-¡Qué
suculento banquete tendré para la cena! –siguió diciendo el predador y,
mientras se acercaba al asno, se le hacía agua la boca.
- ¡Un
momento!- dijo el asno, y detuvo su marcha jugándose el pellejo.
-¿Ya te
rendiste? –preguntó el lobo.
- No
–respondió el borrico.
- Tengo
una propuesta. ¿Qué te parece si, en lugar de comerme y sanseacabó, me
demuestras tus cualidades de cirujano y me quitas este clavo de la pata?
-¿Y por
qué supones que voy a hacer semejante cosa? –preguntó el perseguidor, mitad
sorprendido y mitad ansioso.
-Bueno –dijo el asno-, porque imagino que esos
dientes tan agudos que tienes deben hacer cosas increíbles, ¿no es cierto?
-¡Seguramente! –respondió el lobo con orgullo -. ¿Qué duda te cabe?
- Y…-
dijo el asno-, me pregunto si esos dientes tan fuertes que tiene servirán
también para realizar la tarea tan delicada y difícil como la que yo necesito.
Al
escuchar semejante provocación, el lobo, que era muy vanidoso, se puso nervioso
y de mal humor.
-¡Por
supuesto que mis dientes agudos y fuertes sirven para realizar esa tarea y
otras mucho más complicadas!
-¿De
veras? –insistió el asno, seguro de que el lobo se enojaría más todavía.
-¡Claro
que sí! –respondió el lobo furioso y, de un solo tarascón, le quitó el clavo de
la pata al asno accidentado.
-¡Gracias! –exclamó el burro. ¡Todo salió tal como lo había planeado!
El
arrogante “Doctor lobo” se quedó mirándolo, sorprendido, y el pícaro borrico le
aplicó semejante patada, que lo hizo volar por el aire. Varios días después, el
lobo todavía seguía dolorido.
Moraleja: Quien no es capaz de respetar a los demás, jamás logrará vivir ni en armonía ni en paz. Es mejor no andar a las patadas ¿no?
Emmanuel Abdo - 2º "C"