Era un verano muy caluroso. Por eso el labrador de
esta fábula se fue a descansar un rato a la sombra de un árbol. Era la época de
la cosecha de los melones, de las calabazas, del trigo… Y por eso estaba el
labrador muy cansado.
Mientras
estaba a la sombra empezó a mirar el campo y a pensar que el Creador, que había
hecho tantas cosas hermosas en la naturaleza, se había equivocado en algunas
muy sencillas.
Observó
que las calabazas y los melones, que eran de gran tamaño, se encontraban
esparcidos acá y allá, y pesaban mucho al levantarlos del suelo. Pensó que eso
no era justo, se puso a mirar hacia arriba y vio como las pequeñas bellotas
colgaban en el árbol, y se dijo:
- ¿No sería mejor que
las calabazas y los melones creciesen en un lugar más alto y las bellotas, que
sólo sirven para que coman los animales, salieran desperdigadas por el suelo?
Acertó
a pasar en aquel momento por el campo un anciano pastor.
- Parece que estás
cansado, amigo mío, sentado ahí a la sombra- le dijo, saludándolo, mientras se
apoyaba en su bastón.
- Recolectar
calabazas en esta época del año es algo agotador. Si estuvieran en los árboles,
todo sería más fácil -
protestó el sudoroso labrador.
- No te quejes que
todo se ha hecho por alguna razón, hijo mío. El Creador no ha hecho las cosas
porque sí – dijo el anciano pastor mientras se alejaba hacia la aldea.
Estaba
pensando nuestro labrador en todo eso cuando le cayó una bellota en la frente y
le causó un pequeño chichón.
- ¡Qué tonto he sido!
¿Qué hubiera sido de mí sí me hubiera caído una calabaza en la cabeza? – dijo
mientras se reía a grandes carcajadas.
Así
se levantó y, contento, siguió cosechando los frutos, porque había aprendido
que la naturaleza había hecho las cosas mucho mejor de lo que creemos.
Moraleja: La naturaleza nos da
una lección: “lo perfecta que es la creación”.
Ámbar Lovazzano 2º “B”
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